«Lolo» Fernández: el origen del mito

Jueves 20 de mayo 2021 - 16:40 Hrs.     4398

De la chacra a la eternidad

El fructífero valle de Cañete, labrado y cultivado por antiguos peruanos desde épocas preincas formaría parte del sistema vial andino Qhapaq Ñan, el cual integraba eficazmente el vasto Imperio de los Incas con innumerables caminos a lo largo y ancho cubriendo en su apogeo 30 mil kilómetros por todo el Tawantinsuyo. La juventud tawantinsuyana aprendería a agradecerle a la madre tierra, la sagrada Pachamama; por el nutritivo y balanceado sustento que los mantenía sanos y fuertes, aptos para las faenas agrícolas y capacitados para recorrer los accidentados y caprichosos caminos andinos, logrando en ellos una insuperable resistencia física.

El auge en la producción de algodón que originó la adaptación de la semilla de algodón Tangüis, más resistente y firme, a las fértiles tierras cañetanas, resultaría en un período transcendental en la agricultura del Perú. Fue llamada «Oro Blanco», despertando el interés por la zona logrando suministrar nuevas fuentes de trabajo. Gente trabajadora de la región costeña experimentaría la llegada de familias de la sierra central provenientes, principalmente, de Jauja, Huancayo y Huancavelica, que aprovechando las temporadas de cultivo lograban conseguir el sustento en largas jornadas de ardua labor. Durante los periodos de apañaje de algodón el valle se revestía de alegres polleras multicolores tras la presencia de trabajadoras madres, algunas de ellas cargando a sus wawas en sus espaldas.

 

Portador de todas las sangres

Sería en la hoy ciudad de Imperial, entre cultivos de algodón, panllevar y frutales, que nacería Raymunda Meyzán, una niña color canela, portadora de todas las sangres de nuestro Perú. Años más tarde, Raymunda ya esbelta señorita, retribuiría con irresistible flechazo a las puertas de la parroquia de Hualcará el interés de un elegante joven criollo recién llegado a la vecina hacienda, de nombre Tomas Fernández, quien disimuladamente la esperaba para salir cada domingo después de la misa.

Con el correr de los años, la unión y amor de Tomás y Raymunda, procrearía nueve hijos. Varios de los hijos y posteriormente nietos llegarían a portar la camiseta de Universitario de Deportes y de la Selección Peruana de Fútbol.

Y es así que, entre los mismos surcos del valle de Cañete, en donde otrora guerreros Huarco lucharían rebeldemente en defender su autonomía ante un expansivo imperio incaico y en donde luego atléticos y selectos elegidos chasquis recorrerían los caminos costeños hacia los interminables tramos de los caminos del inca, nacería un 20 de mayo de 1913 un niño que aprendería a agradecer y respetar las fértiles tierras cañetanas, desarrollándose física y socialmente en la libertad ofrecida por valles, ríos, quebradas y entre cultivos de algodones peruanos, que llegarían al igual que el pequeño Teodoro Fernández a ser reconocidos por su resistencia y buena fibra. Años más tarde el nombre de «Lolo» Fernández y de la humilde hacienda Hualcará trascenderían llegando a ser conocidos por todo el Perú.

Mamá Raymunda, que, tras darle vida a sus batanes, Maray y Tunay, emitía un eco rítmico, despertando la curiosidad y apetito de su adolescente hijo que solía llegar a la cocina seducido por los frescos aromas recién molidos o por la inigualable fragancia del pan casero cocido en el horno de leña. Doña Raymunda, mujer mestiza de mando innato, ama y señora de su hogar y de su huerta, le bastaba mirar fijamente al aún desconocido «Cañonero», dándole a entender que la comida aún no estaba lista. Mientras tanto, ante la respetuosa espera, saldría el ansioso «Lolo» a estrellar, con más fuerza aún, el pesado balón de vejiga de cerdo, cubierto de cuero, contra las viviendas de adobe y quincha de la hacienda logrando despertarlas de su letargo, para luego continuar con sus indómitos cañonazos hacia la ya agotada pared de la parroquia del pueblo de Hualcará, la cual sacudió y quebrantó una vez llegando a despertar el descanso eterno de un pequeño ángel. Y así crecería nuestro inmortal «U», dándole patadas y dejando su huella en los milenarios cultivos. Algún hermoso atardecer debió haber divisado, desde lo alto de la fortaleza de Ungará la vecina Lunahuaná y el Rio Cañete, nacido a los pies de la laguna andina de Ticllacocha. Y allí se detendría para contemplar la grandeza del Mar de Grau.

Qué iba a imaginar este niño cañetano que su fuerza, lealtad y patriotismo a través de sus legendarios goles llegarían a calar hondo en el corazón de todos los peruanos de su época, convirtiéndose en el máximo referente de la identidad del Club Universitario del Perú y en el primer ídolo del pueblo. Y que la memoria colectiva de los abuelos sería heredada y trasmitida por hijos y nietos que, rescatando el cariño y agradecimiento de sus antecesores inmortalizaron a un deportista ejemplar, que siempre demostró valentía, coraje, amor a la camiseta, humildad y caballerosidad. Un hombre que vale un Perú: Teodoro “Lolo” Fernández, el futbolista del bicentenario.

Autor: Alékxander JJ Cassis Ramírez-Gastón

 

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